miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bribris reintrodujeron 35.000 iguanas al bosque del Caribe

A Juana Sánchez le preocupaba que apenas existiera un centenar de iguanas en Talamanca. Por eso, ella y otros indígenas bribris empezaron a criarlas para tratar de restablecer el orden natural y, a la fecha, ya han “devuelto” unos 35.000 reptiles al bosque.

“Ahora usted va a Manzanillo y ya ve iguanas. Antes eso era muy difícil”, dijo Sánchez, que pertenece al clan yëyëwak, que significa “los dueños de lo correcto”.

Su finca de iguanas tiene una extensión de 12 hectáreas y se encuentra en Kéköldi, territorio indígena ubicado en Limón. Allí, desde 1988, funciona un criadero que provee de iguanas a las áreas de conservación del país.

“Como ellas (las iguanas) son tan depredadas por el ser humano, si no las criamos así va a llegar el momento en que van a desaparecer. Son animalitos que, desde que la madre los trae al mundo, hasta la más pequeña hormiga los busca”, comentó Sánchez.

El número de estas lagartijas –la más grande en Costa Rica– ha disminuido debido a la destrucción de su hábitat (a causa de la tala de árboles) y la cacería, ya sea por su carne para consumo o por su piel para la fabricación de accesorios como bolsos, fajas y billeteras.

“Se las comen más cuando las hembras están ‘embarazadas’, la gente dice que es más rico comerla así”, denunció Sánchez.

Criadero. La iguana verde habita tanto en el Pacífico como en el Caribe. “Por su naturaleza, viven en las orillas de los ríos porque son lugares aptos para desovar y porque, si se sienten depredados, se escapan metiéndose al agua. Además, es el único reptil que vive en los árboles”, dijo Sánchez.

Según el inventario de especies del INBio, una iguana verde pone unos 40 huevos por nidada. En promedio, y dependiendo del tamaño de la hembra, un nido puede llegar a tener 71 huevos.

En época de desove, los indígenas mantienen los huevos en una incubadora por 100 días.

Luego, las iguanas son trasladadas a una jaula para protegerlas de los depredadores naturales como serpientes, pájaros y perros.

De hecho, esta lagartija es presa de las aves rapaces –como gavilanes y halcones– que tienen a Costa Rica como parte de su ruta migratoria de norte a sur del continente.

“Pero su mayor enemigo es el hombre. En su ambiente natural son depredadas por otros animales, pero eso forma parte de la cadena alimentaria y tiene su propio control”, dijo Sánchez.

Conforme la iguana crece, se cambia de jaula y se alimenta de hojas tiernas de jabillo, mango y flores de amapola.

Según Sánchez, los machos pueden llegar a medir 1,25 metros de largo (de la cabeza a la cola) y las hembras pueden alcanzar el metro. En las jaulas más grandes hay unas 25 hembras y un macho. “Hay unos machos necios que no se van y se quedan ahí”, dijo Sánchez.

Cuando la iguana cumple dos años, se libera en los alrededores donde hay un bosque primario que forma parte de territorio indígena. También las donan al Parque Nacional Cahuita.

Turismo. “La idea de este proyecto es que sea sostenible para que puedan seguir con la actividad y tengan un ingreso económico por medio de los tours. Para eso se les dio capacitación en turismo rural comunitario”, manifestó Andrea Matarrita, de Fundecooperación, organización que junto a la Fundación Ambio apoyan a los indígenas bribris desde el 2008.

“Las contribuciones de la gente que visita nos ayudan montones porque hay que arreglar las casitas de las iguanas. Es que la madera se pudre y hay que cambiarla”, agregó Sánchez.

Con el fin de atraer a los turistas y así generar ingresos para las 25 familias involucradas, se diseñó un sendero dentro del territorio indígena donde los bribris enseñan a los visitantes sobre plantas medicinales y se construyó una torre de cuatro metros para la observación de aves.

Entre los planes en el futuro está crear una huerta donde se puedan sembrar árboles cuyas hojas sirvan de alimento a las iguanas y así no depender del bosque.